Cuento que surgió de una insolación a la sombra en los puentes de Venecia en uno de nuestros últimos viajes (2010-2011):
La historia que hay aquí escrita es una historia que desde
hace mucho tiempo, los abuelos del pequeño y humilde pueblo de Venecia,
contaban a los niños para que no olvidaran uno de los tesoros más grandes que
tiene ser humano. Y para mantener vivo por siempre ese valor, por primera vez las
palabras que durante años han ido pasando de boca en boca, ahora toman forma de
letras en papel.
Fue hace mucho tiempo en el norte de un país con forma de bota. Era una pequeña ciudad formada por más de 400 islas muy muy pequeñas que desde el cielo daban forma de pez a la ciudad.
Venecia era un lugar muy especial: las paredes son de piedra, pero el suelo era de agua marina. Era una ciudad construida sobre una laguna. Allí, todo el mundo se movía a remo por los canales que hacían de calle en esa ciudad mágica y única.
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Marco era un chico que vivía con su padre, pues su madre murió
cuando él apenas comenzó a llamarle mamá. No era demasiado alto, ni era
demasiado fuerte, ni muy guapo como se espera de un estereotipado italiano. Tenía la piel
pálida como el frío blanco de la luna. Los ojos grandes, muy grandes y muy verdes, y el pelo todo
negro y lleno de caracoles. Casi siempre vestía con una camiseta a rayas
blancas y rojas que un gondolero amigo de su padre le regaló cuando era
pequeño.
Marco, a pesar de ser veneciano, no conocía Venecia. Tampoco iba a la escuela, ni tenía amigos. Marco tenía pánico al agua, y sobre todo a navegar. Jamás había salido de la pequeña isla en la que vivía sólo con su padre.
Y es que, cuando era más pequeño, un día húmedo de invierno en el que Marco ayudaba a su padre a repartir las cartas, cayó al agua y su padre, que siempre se avergonzó de su hijo por lo poco masculino y debilucho que era, dejó que intentara salvar su vida por sí mismo hasta que se hundió casi al fondo del canal.
Desde entonces, Marco sentía auténtico terror al montar en un barco por seguro, grande o pequeño que fuera.
Marco, a pesar de ser veneciano, no conocía Venecia. Tampoco iba a la escuela, ni tenía amigos. Marco tenía pánico al agua, y sobre todo a navegar. Jamás había salido de la pequeña isla en la que vivía sólo con su padre.
Y es que, cuando era más pequeño, un día húmedo de invierno en el que Marco ayudaba a su padre a repartir las cartas, cayó al agua y su padre, que siempre se avergonzó de su hijo por lo poco masculino y debilucho que era, dejó que intentara salvar su vida por sí mismo hasta que se hundió casi al fondo del canal.
Desde entonces, Marco sentía auténtico terror al montar en un barco por seguro, grande o pequeño que fuera.
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Marco era el único hijo del cartero de Venecia, y en aquella comunidad tan pequeña y familiar los hijos debían heredar las labores de sus padres para seguir manteniendo vivo al pueblo. Pero, ¿cómo iba Marco a entregar las cartas a su destino en una ciudad donde las calles eran de agua?
Hacía poco más de un mes que el padre de Marco empezó a enfermar. A los pocos días se reencontró con su madre en el cielo.
El pobre Marco, ahora también huérfano de padre, estaba aterrorizado, desesperado y avergonzado de sí mismo: jamás podría vencer su miedo al agua y a las calles de aquel pueblo. Su casa sería también su nicho, pero además nunca se volverían a entregar las cartas en Venecia. Y su padre, todas las noches desde el lugar del cielo desde el que vigilaba a Marco, le mostraba su decepción y su enfado con rayos y truenos, y su madre lloraba lágrimas de lluvia que golpeaban fuertemente las cristaleras de su casa todas las noches.
Al poco tiempo, Marco también comenzó a enfermar sin poder dejar de pensar en su problema, se dirigió a la estancia de la casa a la que iban llegando las más de mil cartas que ya debían haber sido entregadas y que todavía no llegaron a su destino. Se escondió bajo la montaña de cartas, se secó las lágrimas para no hacer correr la tinta de ninguna y empezó a leerlas una a una buscando consuelo.
Para sorpresa de Marco, la mayoría de las cartas eran de enamorados, y muchas de ellas de personas que como él, también tenían miedo al agua. Marco volvió a echarse a llorar, sabía que por su miedo muchas personas jamás podrían estar juntas y quedarían como él, encerrados en sus casas y llevando una vida triste y solitaria.
Cada vez estaba más convencido de que debía cumplir con su deber, por él y por todas las personas que tampoco podían vencer su mismo miedo, incluso intentó varias veces montar en la vieja barca de su padre, yo os aseguro que lo intentó, pero fue inútil, su miedo se lo impedía y él moría de tristeza poco a poco.
Las semanas posteriores, las costillas de Marco dibujaban los contornos de la Toscana. Los ojos se le fueron hundiendo como cabezas verdes de amapolas entre pétalos morados. Sus piernas temblaban, y el color pálido lunar de su piel comenzó a amarillear.
Una de sus últimas noches, Marco y su padre se reencontraron
en un mundo onírico muy distinto al nuestro. El padre de Marco lo cogió fuertemente del
brazo y del pelo, y éste llorando, fue arrastrado poco a poco al punto de luz
del que su padre provenía. Su madre suplicaba arrodillada entre lágrimas: es
Marco, decía. Confía en tu hijo… tiene los
colores y la valentía del león veneciano… Dale una última oportunidad, por
favor.
Entonces, en mitad de la noche, se levantó de la cama medio desnudo y empapado en sudor. Sin vestirse siquiera los pies, salió desnudo y descalzo a la puerta de su casa cuando todavía era de noche, cuando sólo se escuchaba el liviano chapoteo del agua al correr y chocar contra alguna esquina del canal.
Arrancó con todas sus fuerzas una de las piedras que mantenían y daban forma a su casa, y la lanzó fuertemente contra el marco del ventanal principal, resquebrajando los finos vidrios con un ruido ensordecedor, astillando el marco de madera y partiendo parte de la piedra que sostenía el marco de la ventana.
Dejándose las uñas, rascó en el cemento como un galgo conejero y arrancó otra piedra del tamaño de su cabeza que la lanzó más fuerte todavía contra sus piedras hermanas de su misma casa.
Los vecinos que se despertaron por el escándalo de media noche miraban desde sus ventanas esperando a que fruto de su propia locura, perdiese el sentido y cayese desmayado de agotamiento o fulminado por el frío invernal. Todos pensaban que seguramente, tras la muerte de sus padres y con la vida de clausura que había llevado, se encontró solo y perdió el juicio.
Tras dos días enteros sin descanso en los que los más
curiosos merodeaban por la zona
cuchicheando en sus barcas, Marco redució su antigua y centenaria casa
familiar a piedras, polvo y tablones de madera.
Con las gruesas vigas de madera que formaban el tejado de su casa y la ayuda de una mezcla de polvo de piedra, tierra de huerto y agua del canal, Marco fue colocando y uniendo las piedras de su antiguo hogar una a una, construyendo sólidos puentes entre todas las personas.
Con las gruesas vigas de madera que formaban el tejado de su casa y la ayuda de una mezcla de polvo de piedra, tierra de huerto y agua del canal, Marco fue colocando y uniendo las piedras de su antiguo hogar una a una, construyendo sólidos puentes entre todas las personas.
Desde entonces y hasta su muerte poco más tarde, las cartas se entregaron a pie y siempre puntuales.
Olé por Marco, que vencido por su miedo, no se dejó vencer por el impedimento.
(Parra)
Quién fuera Marco...
...e ir a pie en lugar de en barco.