jueves, 6 de diciembre de 2012

El cartero de Venecia


Cuento que surgió de una insolación a la sombra en los puentes de Venecia en uno de nuestros últimos viajes (2010-2011):


La historia que hay aquí escrita es una historia que desde hace mucho tiempo, los abuelos del pequeño y humilde pueblo de Venecia, contaban a los niños para que no olvidaran uno de los tesoros más grandes que tiene ser humano. Y para mantener vivo por siempre ese valor, por primera vez las palabras que durante años han ido pasando de boca en boca, ahora toman forma de letras en papel.

Fue hace mucho tiempo en el norte de un país con forma de bota. Era una pequeña ciudad formada por más de 400 islas muy muy pequeñas que desde el cielo daban forma de pez a la ciudad.
Venecia era un lugar muy especial: las paredes son de piedra, pero el suelo era de agua marina. Era una ciudad construida sobre una laguna. Allí, todo el mundo se movía a remo por los canales que hacían de calle en esa ciudad mágica y única.

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Marco era un chico que vivía con su padre, pues su madre murió cuando él apenas comenzó a llamarle mamá. No era demasiado alto, ni era demasiado fuerte, ni muy guapo como se espera de un estereotipado italiano. Tenía la piel pálida como el frío blanco de la luna. Los ojos grandes, muy grandes y muy verdes, y el pelo todo negro y lleno de caracoles. Casi siempre vestía con una camiseta a rayas blancas y rojas que un gondolero amigo de su padre le regaló cuando era pequeño.
Marco, a pesar de ser veneciano, no conocía Venecia. Tampoco iba a la escuela, ni tenía amigos. Marco tenía pánico al agua, y sobre todo a navegar. Jamás había salido de la pequeña isla en la que vivía sólo con su padre.
Y es que, cuando era más pequeño, un día húmedo de invierno en el que Marco ayudaba a su padre a repartir las cartas, cayó al agua y su padre, que siempre se avergonzó de su hijo por lo poco masculino y debilucho que era, dejó que intentara salvar su vida por sí mismo hasta que se hundió casi al fondo del canal.
Desde entonces, Marco sentía auténtico terror al montar en un barco por seguro, grande o pequeño que fuera.

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Marco era el único hijo del cartero de Venecia, y en aquella comunidad tan pequeña y familiar los hijos debían heredar las labores de sus padres para seguir manteniendo vivo al pueblo. Pero, ¿cómo iba Marco a entregar las cartas a su destino en una ciudad donde las calles eran de agua? 
Hacía poco más de un mes que el padre de Marco empezó a enfermar. A los pocos días se reencontró con su madre en el cielo.
El pobre Marco, ahora también huérfano de padre, estaba aterrorizado, desesperado y avergonzado de sí mismo: jamás podría vencer su miedo al agua y a las calles de aquel pueblo. Su casa sería también su nicho, pero además nunca se volverían a entregar las cartas en Venecia. Y su padre, todas las noches desde el lugar del cielo desde el que vigilaba a Marco, le mostraba su decepción y su enfado con rayos y truenos, y su madre lloraba lágrimas de lluvia que golpeaban fuertemente las cristaleras de su casa todas las noches.

Al poco tiempo, Marco también comenzó a enfermar sin poder dejar de pensar en su problema, se dirigió a la estancia de la casa a la que iban llegando las más de mil cartas que ya debían haber sido entregadas y que todavía no llegaron a su destino. Se escondió bajo la montaña de cartas, se secó las lágrimas para no hacer correr la tinta de ninguna y empezó a leerlas una a una buscando consuelo.

Para sorpresa de Marco, la mayoría de las cartas eran de enamorados, y muchas de ellas de personas que como él, también tenían miedo al agua. Marco volvió a echarse a llorar, sabía que por su miedo muchas personas jamás podrían estar juntas y quedarían como él, encerrados en sus casas y llevando una vida triste y solitaria.
Cada vez estaba más convencido de que debía cumplir con su deber, por él y por todas las personas que tampoco podían vencer su mismo miedo, incluso intentó varias veces montar en la vieja barca de su padre, yo os aseguro que lo intentó, pero fue inútil, su miedo se lo impedía y él moría de tristeza poco a poco.

Las semanas posteriores, las costillas de Marco dibujaban los contornos de la Toscana. Los ojos se le fueron hundiendo como cabezas verdes de amapolas entre pétalos morados. Sus piernas temblaban, y el color pálido lunar de su piel comenzó a amarillear.

Una de sus últimas noches, Marco y su padre se reencontraron en un mundo onírico muy distinto al nuestro. El padre de Marco lo cogió fuertemente del brazo y del pelo, y éste llorando, fue arrastrado poco a poco al punto de luz del que su padre provenía. Su madre suplicaba arrodillada entre lágrimas: es Marco, decía.  Confía en tu hijo… tiene los colores y la valentía del león veneciano… Dale una última oportunidad, por favor.

Entonces, en mitad de la noche, se levantó de la cama medio desnudo y empapado en sudor. Sin vestirse siquiera los pies, salió desnudo y descalzo a la puerta de su casa cuando todavía era de noche, cuando sólo se escuchaba el liviano chapoteo del agua al correr y chocar contra alguna esquina del canal.

 Arrancó con todas sus fuerzas una de las piedras que mantenían y daban forma a su casa, y la lanzó fuertemente contra el marco del ventanal principal, resquebrajando los finos vidrios con un ruido ensordecedor, astillando el marco de madera y partiendo parte de la piedra que sostenía el marco de la ventana.
Dejándose las uñas, rascó en el cemento como un galgo conejero y arrancó otra piedra del tamaño de su cabeza que la lanzó más fuerte todavía contra sus piedras hermanas de su misma casa.

Los vecinos que se despertaron por el escándalo de media noche miraban desde sus ventanas esperando a que fruto de su propia locura, perdiese el sentido y cayese desmayado de agotamiento o fulminado por el frío invernal. Todos pensaban que seguramente, tras la muerte de sus padres y con la vida de clausura que había llevado, se encontró solo y perdió el juicio.

Tras dos días enteros sin descanso en los que los más curiosos merodeaban por la zona  cuchicheando en sus barcas, Marco redució su antigua y centenaria casa familiar a piedras, polvo y tablones de madera.

Con las gruesas vigas de madera que formaban el tejado de su casa y la ayuda de una mezcla de polvo de piedra, tierra de huerto y agua del canal, Marco fue colocando y uniendo las piedras de su antiguo hogar una a una, construyendo sólidos puentes entre todas las personas.

Desde entonces y hasta su muerte poco más tarde, las cartas se entregaron a pie y siempre puntuales.

Olé por Marco, que vencido por su miedo, no se dejó vencer por el impedimento.

(Parra)
 Quién fuera Marco...
...e ir a pie en lugar de en barco.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿Pedro Barrantes?

Pedro Barrantes (1860-1912) sin cama y sin hogar, fue durante toda su vida anticlerical y antimonárquico, encarcelado y malherido por ingerir matarratas, dado por moribundo y enviado a una fosa común donde se despertó dos días después.
Fue un escritor sin éxito. Su obra más famosa fue Delirium Tremens.

Anduvo casi siempre borracho y cantó así a la embriaguez:

Es preciso estar siempre bajo el peso
de una embriaguez inmensa.
Para que no sintáis el fardo horrible
del tiempo que os lacera
los hombros y que inclina
vuestra sombra hacia la tierra,
debéis embriagaros sin descanso,
porque eso es todo: la cuestión es ésa

¿De qué, decís? De vino, de poesía,
de virtud, de entusiasmo, de belleza;
a vuestra voluntad, pero embriagaos,
que la embriaguez es la luz de la existencia.


El paraíso de los escritores ebrios
Marta Herrero Hil



A día de hoy, me sigue pareciendo una de las poesías definitivas.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Swissrock's photostream

Bona nit,
hoy os dejo un par de fotillos de un fotógrafo que encontré por interné con el sobrenombre de Swissrock.
Fotografía gentes y lugares durante su andadura por el mundo

Templo en Chiang Mai


Desierto de Dubai


Campo en Tailandia




Fuente: http://flickeflu.com/photos/swissrunner


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   Y también una sesión de fotos por Venecia:


Venice Session 2012: http://flickeflu.com/set/72157629089365404



Creo que no violo ningún derecho de autor.
Espero que no.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Partidillo en las alturas


Volví a subir sobre las 6 y algo de la mañana a lo más alto de la colmena en la que vivo. Los vecinos soñaron con mis zapateos aquella noche. Llevaba conmigo una caja sin abrir de cereales de chocolate, de esos redondos que tanto me gustan para pasar el rato. Los puedes hacer rodar, hacer caer, conducirlos cuesta abajo por desafiantes y atrevidos caminos… Aquella mañana se los podía chutar. Mi objetivo era robar pelotas, salvar balones y avanzar imparable hacia el área… Aquella caja de cartón me convirtió en un futbolista de primerísima división.

Yo era el único jugador activo del equipo local en toda la cancha. Me sobraba: era imparable. Sorteando cables y regateando antenas mientras avanzaba como un perro desembocado por el campo, y cuando llegaba al área y encajaba una de las pequeñas bolitas en la gigante portería, el público desde sus ventanas y balcones enloquecía gritando mi nombre y aplaudiendo mis regates y demás florituras futbolísticas. Mis pies bailaban como querían el charlestón. Nunca, en mi vida había jugado así.

Una a una fui colando cada una de las bolas en todas las porterías que improvisaba a mi paso. En cada rincón, una bola de chocolate. Estaba cegado, obsesionado, sólo veía huecos vacíos. Mi frenético juego no tenía límite, tampoco tenía fondo aquella caja de cereales. Cada vez chutaba más fuerte y con mala hostia las infladas bolitas de trigo, cada vez corría más rápido entre los jugadores del equipo contrario, casi ni se me veía. Y golazo tras golazo, la calle se fue inundando de dulce granizo chocolateado.

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Se acababa el segundo tiempo. Ganábamos por goleada, ciento y tantos a cero, pero nuestras ganas de ganar eran desproporcionadas y desenfrenadas. No teníamos ningún sentido de la deportividad ni conocíamos la victoria digna. No nos daba ninguna pena el perdedor. Ni una pizquita de lástima. Era ganar por derrotar. Éramos los nuevos e imparables bersekers del balón.

Sólo la última bola podía poner en duda nuestra victoria plena. Todo o nada. Ganar o perder. Siempre la última bola es la más difícil de encajar con el último segundo pisándote los talones. Arriesgué mi vida por meter aquella bola en la lejana portería, lo juro. Corrí hasta el último centímetro de tejado y chuté con una fuerza sobrehumana la bola, que fue volando y cayendo a la calle ganando velocidad hasta convertirse en un imperceptible puntito casi imaginario.

Cuando íbamos a dar la bola por perdida, dos segundos antes de perder el juicio, justo un segundo antes de de que sonara el silbato se escuchó una voz que venía desde la calle, cuatro pisos más abajo…   ‘¡Guarros de mierda! ¡Hijos de puta!¡Qué asco de barrio!’...Me asomé al vacío con el corazón en un puño para ver de dónde venía aquella voz…

…y goooool!! Genial remate de cabeza y consecuente golazo a nuestro favor de mi nuevo compañero perfecto! Qué oportuno, qué cabezazo más técnico! Sólo un calvo podría sentir el liviano caer de un cereal en su liso, liso coco!



El fútbol ni me gusta...
...ni me conviene.
(Parra)

miércoles, 31 de octubre de 2012

Reunión a las 13:59

-Un bocata de jamón serrano
con tomate, aceite y queso,
una copa de vino
y un cigarro

-¿Alguien da más?


Entonces, alguien al final de la mesa 
levantó la mano
y añadió:

- Y una horita de siesta


(Parra)

lunes, 3 de septiembre de 2012

Olores vetados


A veces, cierro los ojos y me llegan colores, sonidos, sensaciones y olores...
Doy las gracias a esa persona que en su día me enseñó lo preciado del aroma humano.




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 -Abre la puerta, Ignatius. ¡Aquí huele a demonios!
- Bueno, ¿qué esperas? El cuerpo humano, cuando está confinado, emite ciertos aromas que tendemos a olvidar en esta época de desodorantes y otras perversiones. A mí, en realidad, el aroma de esta habitación me resulta bastante confortable. 
 Ignatius,
La conjura de los necios
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Me niego a aromatizarme...
Y tus sobacos ¿a qué huelen?


(Parra)

martes, 28 de agosto de 2012

Alma negra, droga y espíritu gitano


Buenos días por la mañana! Hoy hace un sol de justicia... buen día para ir a la playa.


Era una mañana cálida y lluviosa de verano y yo iba buscando mi medio.
Subía por la cuesta que llevaba a las cuevas donde viven los gitanos, cuando en lo más alto de la cuesta, junto a la fuente que hay cerca del castillo donde viven los morenos, jugaban unos niños y unas niñas más chicas, todos ellos familia. Eran cinco primos y hermanos, cinco niños gitanos jugando, descubriendo y tocando todo con sus manos.

No puedo dejar de mirarlos cuando de todos, la más chica, saca a la madre que lleva ya en sus adentros y con un chillío que levantó pájaros y ropa tendía, sentó a los demás alrededor de la fuente a comer cuando el sol dio las dos.
La niña, que ahora es la madre, trae entre manos un oxidado cazo rojo, sin mango y vacío de comida. Aun así, todos se sientan alrededor de la improvisada mesa y siguen el cazo con sus ojos grandes como soles, asomando la lengua por el hueco de entre los dientes.

La niña que traía la cazuela llena de agua y piedras es la hija de María Dolores la gitana, la que vive en una cueva del Realenco con don Juan de los Olivos. Y los niños, que así es como aprenden, jugaban en la calle a lo que veían en casa.

El niño más castaño, que jugaba a ser su padre, rebelde como la cuerda verde de su pelo se subleva y pega un golpe tan fuerte en la mesa que hasta los platos los pone de vuelta:
- ¡Que yo no como piedras te digo, Dolores! Ahora mismo subo pa'l castillo y busco al negro. Le voy a quitar de un tiro todo el peso del alma, a ver si vuela.

Dolores llora, y ni los abrazos del niño chico la consuela. Dolores conoce a su marido, don Juan de los Olivos, y el último que jugó con su droga y la comida de su mesa terminó durmiendo bajo el árbol de su apellido, boca arriba y arropado por campanillas rosas y blancas.
Don Juan coge el mantel y se lo echa a la cabeza, y el hijo mayor, que de mayor quiere ser como él, coge el palo del abuelo y la escopeta conejera del padre y vas tras él.  Empujando a la Dolores que llora, salen del agujero y escondidos en la luz de la noche suben los dos por la cuesta del castillo. Padre e hijo esperan como dos plumudos cuervos mensajeros cerca de la puerta del moreno.

A la hora en la que los chicos de dinero y ojos rojos y asiáticos vuelven a casa, el moreno hizo su última venta y volvió al castillo. Allí se encontró con los dos gitanos. Sin mediar palabra y en la puerta de su casa, el hijo le dio fusta en la cabeza y en el cuerpo. El padre dio puso el punto y final abriéndole dos humeantes nacimientos en las tripas y en el pecho.

Nasham, ahora huérfano, que lo vio todo por la ventana escondido en su cuarto, se metió debajo de su ardiente manta africana, y lloró y juró en silencio: si el gitano se llevó a su padre, él se llevará a su hijo.

A la mañana siguiente las nubes no dejaron asomar al sol, y Nasham aquella mañana lluviosa de verano reclama lo que le deben los morenos: pide un alma gitana.

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Entonces, de repente, otro chillío de niño me sacó de aquel juego de papás y mamás y me trajo de nuevo a lo alto de la cuesta cerca del castillo, junto a la fuente. Era Nasham, y bajaba corriendo por la cuesta llorando y maldiciendo en su lengua.
Llegó a la fuente, y los cinco niños, que ya algo sospechaban, retrocedieron y se quedaron como santos esculpidos en la fuente ante la negra figura, que avanzaba decidida con dolor y cegada rabia.
Sin decir nada, sacó el cuchillo con marcas marrones en la hoja que guardaba su padre, y tres veces lo clavó en el pecho al niño más mayor, al hijo mayor de don Juan de los Olivos mientras los demás niños miraban a su hermano, que pedía perdón a Dios en silencio.

Yo me quedé inmóvil, como un pájaro de mármol.
Mientras, aparecía un niño fantasma: moría un alma gitana, un espíritu felino lleno de gracia que se liberaba de su cuerpo que flotaba liviano, y enrojecía con su dolor el agua fresca que por la fuente, venía de la sierra.

La venganza es el plato
de las almas débiles.
(Parra)

viernes, 24 de agosto de 2012

Salvador Dalí y las mariposas


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Si te reencarnas en carne 
vuelve a reencarnarte en tí, 
que andamos justos de genios... 
Salvador Dalí
(Mecano)

martes, 14 de agosto de 2012

Oda al gato

Los animales fueron imperfectos,
largos de cola, tristes de cabeza.
Poco a poco se fueron componiendo,
haciéndose paisaje, adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato, sólo el gato apareció completo y orgulloso:
nació completamente terminado, camina solo y sabe lo que quiere.

 El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato quiere ser sólo gato
y todo gato es gato desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.

 No hay unidad como él,
no tienen la luna ni la flor tal contextura: es una sola cosa como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno firme y sutil
es como la línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos dejaron una sola ranura
para echar las monedas de la noche.

 Oh pequeño emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón,
nupcial sultán del cielo de las tejas eróticas,
el viento del amor en la intemperie reclamas cuando pasas
y posas cuatro pies delicados en el suelo,
oliendo,
desconfiando de todo lo terrestre,
porque todo es inmundo para el inmaculado pie del gato.

(...)

Tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios,
tíos de gatos,
compañeros, colegas,
discípulos o amigos de su gato.

 Yo no.
Yo no suscribo. Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica, el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.

Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen números de oro.

Tango

Oda al gato
(Pablo Neruda)

jueves, 2 de agosto de 2012

Macetas creativas

Dejo unas fotillos de un puesto callejero de macetas creativas muy guapas en Limoges, Francia.






Las flores crecen hasta en el cielo...
...pa' los amigos que allí tenemos.
(Los Delinqüentes)

domingo, 29 de julio de 2012

Vino y alegría a la vera de la ría

Cuando todavía se ve la luna por el día
y el sol todavía no destella de alegría
me puedes ver correr hacia el monte
buscando la orilla de la ria.

Mira como nada!
Nada como si nada,
como si no le cortase el pecho
el agua helada y clara de la ría...

Era mañana fría
casi más de noche que de día,
pero mi sangre era de vino
y me fui a bañar a la ría.

                                      (Parra)

Que viva el vino,
la noche y la alegría!

miércoles, 6 de junio de 2012

Colombinas venecianas

Bon dia! 

Esta vez dejo unas fotillos que hice en agosto del año pasado en Venecia donde las palomas son las protagonistas



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                                                                                                         Vuela, vuela que vuela...
  ...paloma vuela que vueeelaa!!

martes, 5 de junio de 2012

Ya lo dijo Holden en una ocasión...


[....] Mientras tanto, fui a la ventana, la abrí, e hice una bola de nieve directamente con las manos. Fui a tirarla a un coche que había en la otra acera, pero cambié de opinión porque estaba muy bonito y muy blanco. Luego fui a tirarla a una boca de riego, pero también estaba muy blanca y muy bonita. Al final no se la tiré a nada. Todo lo que hice fue cerrar la ventana y pasear por la habitación apretándola con las manos.
Todavía la llevaba cuando subimos al autobús. El conductor abrió la puerta y me obligó a tirarla. Le dije que no se la iba a tirar a nadie, pero no me creyó. La gente nunca te cree. [...]

El guardián entre el centeno

domingo, 27 de mayo de 2012

Un poco de Platero


Tres de mis poemas favoritos de Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez.


XXXII - LIBERTAD

Llamó mi atención, perdida por las flores de la vereda, un pajarillo lleno de luz, que, sobre el húmedo prado verde, abría sin cesar su preso vuelo policromo. Nos acercamos despacio, yo delante, Platero detrás. Había por allí un bebedero umbrío, y unos muchachos traidores le tenían puesta una red a los pájaros. El triste reclamillo se levantaba hasta su pena, llamando, sin querer, a sus hermanos del cielo.

La mañana era clara, pura, traspasada de azul. Caía del pinar vecino un leve concierto de trinos exaltados, que venía y se alejaba, sin irse, en el manso y áureo viento marero que ondulaba las copas. ¡ Pobre concierto inocente, tan cerca del mal corazón !

Monté en Platero, y, obligándolo con las piernas, subimos, en un agudo trote, al pinar. En llegando bajo la sombría cúpula frondosa, batí palmas, canté, grité. Platero, contagiado, rebuznaba una vez y otra, rudamente. Y los ecos respondían, hondos y sonoros, como en el fondo de un gran pozo. Los pájaros se fueron a otro pinar, cantando.

Platero, entre las lejanas maldiciones de los chiquillos violentos, rozaba su cabezota peluda contra mi corazón, dándome las gracias hasta lastimarme el pecho.


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XXVII - EL PERRO SARNOSO

Venía, a veces, flaco y anhelante, a la casa del huerto. El pobre andaba siempre huido, acostumbrado a los gritos y a las pedreas. Los mismos perros le enseñaban los colmillos. Y se iba otra vez, en el sol del mediodía, lento y triste, monte abajo.

Aquella tarde, llegó detrás de Diana. Cuando yo salía, el guarda, que en un arranque de mal corazón había sacado la escopeta, disparó contra él. No tuvo tiempo de evitarlo. El mísero, con el tiro el las entrañas, giró vertiginosamente un momento, en un redondo aullido agudo, y cayó muerto bajo un acacia.

Platero miraba al perro fijamente, erguida la cabeza. Diana, temerosa, andaba escondiéndose de uno en otro. El guarda, arrepentido quizás, daba largas razones no sabía a quién, indignándose sin poder, queriendo acallar su remordimiento. Un velo parecía enlutecer el sol; un velo grande, como el velo pequeñito que nubló el ojo sano del perro asesinado.

Abatidos por el viento del mar, los eucaliptos lloraban, más reciamente cada vez hacia la tormenta, en el hondo silencio aplastante que la siesta tendía por el campo aún de oro, sobre el perro muerto.


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XLVI - LA TÍSICA

Estaba derecha en una triste silla, blanca la cara y mate, cual un nardo ajado, en medio de la encalada y fría alcoba. Le había mandado el médico salir al campo, a que le diera el sol de aquel mayo helado; pero la pobre no podía.

- Cuando yego ar puente - me dijo- , ¡ ya v'usté, zeñorito, ahí ar lado que ejtá !, máhogo...

La voz pueril, delgada y rota, se le caía, cansada, como se cae, a veces, la brisa en el estío.

Yo le ofrecí a Plateo para que diese un paseíto. Subida en él, ¡ qué risa la de su aguda cara de muerta, toda ojos negros y dientes blancos !

... Se asomaban las mujeres a las puertas a vernos pasar.

Iba Platero despacio, como sabiendo que llevaba encima un frágil lirio de cristal fino. La niña, con su hábito cándido de la Virgen de Montemayor, lazado de grana, transfigurada por la fiebre y la esperanza, parecía un ángel que cruzaba el pueblo, camino del cielo del sur.



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--...Tien' asero...

viernes, 27 de abril de 2012

El poder del agua



Me pareció un descubrimiento muy interesante y sólo quise compartirlo con quien no lo hubiese visto.

Salú