[....] Mientras tanto, fui a la ventana, la abrí, e hice una bola de nieve directamente con las manos. Fui a tirarla a un coche que había en la otra acera, pero cambié de opinión porque estaba muy bonito y muy blanco. Luego fui a tirarla a una boca de riego, pero también estaba muy blanca y muy bonita. Al final no se la tiré a nada. Todo lo que hice fue cerrar la ventana y pasear por la habitación apretándola con las manos.
Todavía la llevaba cuando subimos al autobús. El conductor abrió la puerta y me obligó a tirarla. Le dije que no se la iba a tirar a nadie, pero no me creyó. La gente nunca te cree. [...]
El guardián entre el centeno
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