Había un chico que lo que hacía casi todos los domingos para desahogarse era ir caminando hasta un pueblo cercano por la carretera nacional cantando. Iba cantando óperas a pleno pulmón, óperas horribles que nunca eran escuchadas por nadie y que se perdían en la velocidad de los coches que pasaban. Cantaba y gritaba todo lo que quería y a veces más. Después cogía el autobús y llegaba a su casa muy tranquilo y con buen humor, tras andar y gritar casi dos horas seguidas.
Un día lo atropellaron. Caminaba por el arcén muy pegado a la línea blanca y un coche lo arrolló casi treinta metros. Lo tuvieron que recoger por trozos. Hubo un pie y un par de dedos que no encontraron. Una masacre cebada en un solo hombre.
Muy trágico... muy triste. Una muerte muy sucia...
Pero cómo es la gente... que nadie cuenta que la muerte lo pilló cantando.
Ahora en serio...
murió cantando.
murió cantando.
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